jueves, 23 de abril de 2015

El huerto o la huerta

Huerto en Arévalo, bajo el puente de Medina
  Permítaseme que antes de entrar en el tema que hoy nos ocupa haga una breve observación lingüística. No es lo mismo “huerto” que “huerta”, aunque generalmente se usen como sinónimos, y en nuestra tierra las diferencias más significativas son las siguientes:
el huerto tiene menor extensión que la huerta, suele estar dentro del recinto del pueblo o en sus proximidades y generalmente cercado o protegido por vallados o tapias. La huerta, en cambio, suele ser más grande y se sitúa en campo libre. Ambos coinciden en ser una superficie de cultivo de regadío, de verduras, hortalizas, legumbres, árboles frutales, más característicos estos últimos de los huertos que de las huertas. La existencia de un pozo es un dato común a ambos. De pequeños, en nuestro pueblo todos distinguíamos perfectamente el huerto del tío Gaudencio, famoso por sus peras de “Don Guindo”, de la huerta de Abundio famosa por sus lechugas o cebollas. Es curioso cómo la lengua castellana utiliza en algunos casos la desinencia “–a” para indicar no solo el género femenino sino también la cantidad, el tamaño, el volumen o lo colectivo frente a lo individual. No es lo mismo “cubo” que “cuba”, “leño” que “leña”, “madero” que “madera”.

  Desde el periodo neolítico hasta hace poco más de 50 años la huerta ha sido un sistema de cultivo fundamental en una economía de autoconsumo o de subsistencia, por eso muchos hogares tenían incorporado a sus casas un pequeño huerto para las necesidades del consumo diario, al igual que muchos tenían su corral de gallinas, su horno para cocer el pan, su pocilga para cebar al cerdo y hacer la “matanza”, etc…Así ha sido la vida de nuestras aldeas hasta no hace mucho tiempo. Muchos de nuestros antepasados, no todos, estaban acostumbrados a vivir de lo que producían y, si había algún excedente, lo vendían a algún convecino o lo llevaban a la feria de los martes a Arévalo.

  Como algo inevitable, todo esto ha cambiado en los últimos tiempos. Hoy, en nuestros pueblos, la huerta ya no es lo que era, salvo en el caso de algunos hortelanos profesionales que tienen en la huerta un medio de vida y destinan sus productos a la venta. Para muchos de nosotros la huerta se ha convertido en un lugar de ocio, en una actividad no lucrativa que trata de rellenar el vacío que deja la inactividad laboral y busca entroncar con nuestros orígenes en el mundo rural, añorados desde la distancia en el tiempo. Se trata también de una forma de evasión, de huída del mundo complicado de la ciudad plagado de tensión, del intenso tráfico, del vértigo urbano para refugiarnos en un mundo más tranquilo y natural en pleno contacto con la Naturaleza, en definitiva con la Tierra de la que procedemos y con la que un día nos volveremos a fundir. Se trata de volver a la infancia, de reencontrarnos con nuestro pasado, de evocar aquellos años en los que ayudábamos a nuestros hermanos mayores, que sacaban el agua con un caldero de los pozos con ayuda de un cigüeñal. Se trata de observar cada año el eterno ciclo de las estaciones, iniciar en el mes de marzo la aventura de la siembra de las semillas, ver si germinan y brotan, y sobre todo temblar ante las heladas de los meses de abril y mayo que nos hacen resembrar de nuevo.

  Cuando llega el mes de junio y ha desaparecido el riesgo de heladas, las plantas empiezan a crecer y a florecer, las flores cuajan en frutos y entonces las observamos para ver cuándo estos maduran y podemos probarlos. Ya a finales de julio las conversaciones en la barra del bar giran en saber quién ha sacado los primeros tomates de su huerta o quién coge las mejores judías. Diríamos que se entabla una especie de rivalidad entre nosotros. También se discute sobre cuál es el mejor método para combatir la araña roja o el pulgón. Algunos llevan al bar las primicias de sus pimientos de “padrón” para servir de aperitivos y acompañar a la cerveza o al verdejo de la tierra.

  Todos vemos cómo nuestros pueblos se quedan semivacíos, cuando llega el otoño. La huerta ya ha dado sus frutos y hasta la próxima primavera no será necesario preparar la nueva temporada. Nuestras pequeñas aldeas se están transformando poco a poco en residencias a “tiempo parcial”, segundas viviendas, y muchas de estas actividades residuales son la que hacen que no se queden totalmente vacías.

  Observamos en nuestros días una creciente vocación hortícola en las propias ciudades. El hombre de la ciudad cada vez está más sensibilizado con la Naturaleza y el cultivo de las plantas. Se habla de “huertos en casa urbana”, asociado generalmente a jardines o terrazas y relacionado con prácticas ecológicas. El problema mayor que yo veo aquí es el de la limitación de espacios, la escasez de tierra para soportar plantas de cierta envergadura, y tal vez por eso en los campos próximos a las grandes ciudades se están extendiendo ofertas muy variadas: “huertos de barrio”, “huertos comunales”, “huertos urbanos ecológicos”, etc. Pero no sólo hay que pensar en las grandes ciudades, sino en las pequeñas o medianas, donde las distancias hasta el campo son mínimas. Aquí existen otras fórmulas que por cierto no son nada nuevas, como lo que ahora llaman “huertos compartidos” que consiste en lo que antes se llamaba “a medias”, es decir, el propietario pone la tierra y el hortelano su trabajo y después se reparten el fruto, o, más fácil todavía, el alquiler o arrendamiento del huerto al hortelano. Como vemos, una gran variedad de sistemas para saciar las necesidades que el ser humano, desde los orígenes de los tiempos, ha sentido para relacionarse con la tierra, con la Naturaleza, y extraer de ella sus mejores frutos.


  Ángel Ramón González González . Texto publicado en  la Llanura Nº57 de Febrero de 2014.
  http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-57.pdf

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