jueves, 6 de agosto de 2015

Rastrojeras y maizales

  Hace cincuenta o sesenta años en el mes de agosto y septiembre nuestros campos se habían convertido en una gran extensión de tierras recién segadas que escondían entre las pajas los restos de espigas y granos de trigo y cebada, para que los rebaños pastaran sin descanso. Era la época de la rastrojera. Los términos municipales se dividían entre los pastores del pueblo y los que venían de fuera, a los que llamábamos “los arrendaos”, para que todos en perfecta armonía disfrutaran del cereal que había quedado sin recoger. Había terminado la siega en el mes de julio, las cuadrillas de segadores gallegos, zamoranos y serranos habían regresado ya a sus lugares de origen, después de la dura faena. En las eras se trillaba la mies, se limpiaba el grano que después se guardaba en las paneras, mientras que la paja se metía en los pajares.

  Con la mecanización de la agricultura este mundo rural de la siega y la trilla desaparece, allá por los años 60 ó 70 del pasado siglo, pero todavía durante un pequeño periodo de transición, la agricultura y la ganadería lanar extensivas se prestaron mutuo apoyo, como había ocurrido desde tiempo inmemorial, en una estrecha relación de interdependencia y colaboración. Se rompió el pacto o alianza entre ambas, que, a pesar de frecuentes problemas y litigios, había perdurado a través de los siglos. Esta ruptura ha supuesto en muchos pueblos morañegos la total desaparición de la ganadería. Posteriormente, a esta primera etapa de revolución agrícola ha seguido una fase de nuevas concentraciones de tierras, impulsada por la puesta en regadío de campos que tradicionalmente habían sido campos de secano.

  Me refiero principalmente a la ribera derecha del Adaja con motivo del embalse de las Cogotas, pues la ribera izquierda ya inició hace tiempo el regadío aprovechando la abundancia de agua en sus acuíferos y el terreno más arenoso y propicio por la facilidad de drenaje. Estos campos de la ribera derecha jamás vieron el agua en verano, aunque en invierno surgían frecuentes embalsamientos debido a su carácter limoso-arcilloso. Es por esto por lo que aquí se ha producido de repente un cambio espectacular en el paisaje agrario. Se ha pasado de una cultura agraria del cereal de secano a una cultura agraria del regadío que ha roto los esquemas de algunos agricultores tradicionales. Donde antes se sembraba exclusivamente trigo, cebada, avena o centeno, ahora surgen por doquier campos de maíz, de remolacha, de cebollas, patatas o judías. Hemos pasado de unas tierras sedientas de agua a unas tierras rebosantes de agua, pues tiende a embalsarse y corre generosa, en pleno mes de agosto, por las zanjas y los arroyos regando arbustos y chopos de las riberas.

  Pero este cambio radical no sólo afecta al paisaje vegetal, sino que está afectando también a las infraestructuras viales, a la potente maquinaria empleada en el regadío. Enormes cabezas de riego nos sorprenden por doquier y con sus potentes brazos lanzan el agua alrededor formando curiosos círculos y espirales. Nada que ver con aquella imagen infantil de las espigadoras buscando la escondida espiga entre el rastrojo o de los rebaños careando, junto al camino de Montejuelo, en la Carrancha, en la Verduga o en las Ilejas. En estos pagos lo que ahora predomina son automovilistas que circulan por los nuevos caminos para abrir o cerrar las llaves de sus hidrantes. Los distintos tonos verdes del regadío se alternan con los dorados de los campos del cereal que ya ha sido cosechado.

  Otro aspecto no menos importante a considerar es que se está produciendo una intensa capitalización de las explotaciones agrarias. Ha desaparecido el minifundismo tradicional y cada vez hay menor número de propietarios de mayor número de hectáreas. Ha surgido por tanto una concentración de tierras en manos de unos pocos, que en parte excluye a antiguos propietarios que no pueden competir con algunos capitales foráneos. Este fenómeno no creo que esté lo suficientemente estudiado, pero sin duda va a dejar profunda huella en el paisaje humano por el abandono de la población rural, que ya desde hace décadas estaba en fase agónica. Los que promovieron estos planes de regadío tal vez no pensaron en que este fenómeno se fuera a intensificar, sino más bien el contrario. No veo por ningún sitio síntomas de arraigo ni de fijación.

  Se trata por tanto no solo de una transformación del paisaje estética o medioambiental, sino de algo más profundo, que es necesario analizar en toda su complejidad. Habría que analizar las consecuencias que estas alteraciones están produciendo y ver los resultados que se prevén en un futuro inmediato. Los cambios fundamentales afectan al medio ambiente, al posible despilfarro del agua, que es un bien común, a la rentabilidad de los nuevos cultivos teniendo en cuenta las fuertes inversiones que hay que hacer para obtener beneficios razonables, a la exclusión de antiguos agricultores que van a quedar fuera de circulación, con las repercusiones demográficas de desarraigo y abandono que esto pueda traer al medio rural. Se trata de contemplar el tan manoseado desarrollo sostenible y el impacto medioambiental tantas veces predicado como quebrantado, los aspectos económicos de rentabilidad, producción y mercado, los aspectos demográficos y los aspectos sociales. Todo un campo de análisis y estudio para nuestros científicos, sociólogos, empresarios agrícolas, políticos, etc…

Ángel Ramón González González

Texto publicado en  la Llanura Nº52 de Septiembre de 2013.
http://lallanura.es/llanura/La-Llanura-52.pdf

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